Dany Barboza

Dice que se había formado como para conducir un Fórmula Uno pero que en la Puna todos los caminos eran de tierra. Que había estudiado para ser un cirujano exitoso de ciudad, pero con las mujeres kollas no podía: cuando llegaba, ya estaban muertas.

Chocó de frente con las miserias de un sistema de salud pública que las hacía esperar noches enteras bajo la helada para conseguir un turno. Con el mismo sistema que las dejaba enfermar de cáncer por desidia. Por eso decidió crear un centro ginecológico privado en donde ricas y pobres pudieran atenderse sin turnos y pagar poco para hacerse estudios preventivos, pero "pagar, porque así se sienten respetadas".

La idea de Jorge Gronda, jujeño, ginecólogo desde hace 30 años, fue premiada ayer por las Naciones Unidas por contribuir a mejorar la salud materna y a reducir la mortalidad infantil, dos de los –no tan utópicos– "Objetivos del milenio".

La empresa de Gronda, seleccionada entre 104 emprendimientos sociales de 44 países, recibió ayer en Nueva York el "Premio mundial empresarial y de desarrollo 2008", impulsado por la Cámara de Comercio Internacional, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Foro Internacional de Líderes Empresariales. Si la historia tiene un punto de partida fue hace 20 años, cuando viajó a Abra Pampa con la idea de criar vicuñas y se encontró con la líder aborigen Rosario Quispe: "Déjese de joder con las vicuñas y venga a ayudarnos a prevenir el cáncer", cuenta que le dijo. "Esas mujeres tienen una cultura sexual distinta a la de las blancas: muchas se embarazan a los 12 años o tienen HPV, por eso tantas terminan muriéndose de cáncer de cuello de útero a los 30 años", dice Gronda a Clarín. "Tuve que desaprender todo lo que sabía. Esas mujeres hacían un cáncer porque nadie les hacía un Papanicolaou para prevenirlo". Gronda se enfrentó a un sistema de salud que "tiene la esencia del fascismo, que es el desprecio por el otro", opina. "Más si hablamos de mujeres pobres, aborígenes, iletradas, con ocho hijos". Desde que era joven se sentía frustrado "porque formaba parte de este sistema de negocios que trata a los pacientes como clientes. Un sistema aceptado por la corporación médica en el que los médicos sobrefacturan o inventan estudios que la gente no necesita para ganar más dinero", dice.

Hasta que creó el Sistema Ser por el que les entregan a las pacientes una tarjeta que cuesta diez pesos al año. Ricas y pobres se atienden sin turno, pagan muy poco por una ecografía o una mamografía. Y pagan en planes de ahorro previo futuros partos: "Pensé que si podían pagar un televisor en cuotas, podían ahorrar para planificar su parto con una atención mejor que la hospitalaria", explica. Es que, dice Gronda, "el voluntariado no ayuda. Yo operaba a una y mientras buscaba recursos, se me morían diez.

Así entendí que regalar el servicio no servía: es que cuando se le regala a la gente pobre, se le quita el poder de exigir".

Por: Gisele Sousa Dias